Sin lugar a dudas, el museo municipal “Quiñones de León” de Vigo, posee una de las colecciones mejores de estelas funerarias romanas de toda la península ibérica. Sin embargo, las lecturas que nos ofrecen no nos ofrecen unos epitafios, tan interesantes como los que veremos a continuación.
Vayamos al tema. En el interesante libro de Antonio García y Bellido titulado "Veinticinco estampas de
"A partir del siglo III el rito de la cremación fue cediendo ante la moda, cada vez más extendida, de enterrar intacto el cadáver, es decir, de inhumarlo. Los cristianos ya lo venían haciendo desde comienzos de
Pasamos seguidamente a pararnos en varios y curiosos epitafios que han llegado hasta nosotros, algunos llenos de dolor y ternura poética, otros más simples y hasta algunos que nos señalan la circunstancia de la muerte del difunto. Los hay breves y extensos, poéticos y narrativos, pero todos ellos reflejan un gran sentimiento.
Así para empezar, tenemos una lápida encontrada en Tarragona en la que podemos leer lo siguiente: "Sepultado en este túmulo yace aquí el joven Aper, el forjador aquél, cuya juventud mientras vivió fue intachable. Viviste pobre. Con los amigos fuiste entrañable. Viviste treinta años, dos meses y ocho días. ¡Ay dolor! ¡Ay llanto! ¿Dónde te buscaré yo, mientras hijo? Estas lágrimas, vedlo las derramo ¡ay triste de mí! como padre sin hijo. Me falta hasta la luz. De dolor se debilitan mis miembros. Más valiera que fueses tu el que hiciera por mi este fúnebre obsequio. Si hay entre los dioses Manes razón, llevadme a mí, padre desdichado. Ya me quedo sin luz puesto que te he perdido, hijo. Viandante ! ya prosigas tu camino, ya pases o te detengas un momento y leas el epitafio en mármol a cincel labrado que yo, su padre, hice a su hijo dulcísimo, lleno de amor para mi, bien lo dice la inscripción: en el túmulo quedan enterrados los restos. Adiós para siempre jamás, hijo carísimo".
De Mérida tenemos una inscripción que nos habla del cordial reconocimiento de un amo a su esclava, que muerta ésta, le dedica un monumento funerario con el siguiente epitafio: “A Fortunata, sierva fidelísima, cuidadora y amante de su amo. Solvianos mandó hacer este monumento en memoria de persona tan acreedora".
Como anota García y Bellido, en la siguiente inscripción funeraria hallada en Tarragona, vemos un caso magnífico de "contabilidad matrimonial". En el epitafio de una esposa a su marido en el que señala con precisión el tiempo exacto que vivió con él: "Monumento a Cornelius Iulianus que murió a los treinta y un años, cinco meses y veintinueve días. Lucía Valeria su esposa se lo consagra a su querido esposo con el que vivió diez años, cuatro meses y veintinueve días".
Del peligro que encerraba el efectuar viajes en aquella época, tenemos varias muestras que nos hablan de ello. De Navarra poseemos una lápida funeraria de un viajero que fue asesinado por unos bandoleros: "Aquí yace Calaetus, hijo de Eguesi, de veinte años de edad, que fue asesinado por unos ladrones. Acnon, su madre, hizo levantar este monumento a su costa".
De una localidad cercana a Cartagena es la siguiente, mas poética, que la anterior, pero también trágica: "La tierna edad de Lusius se hallaba adornada en su incipiente juventud de fuerzas vigorosas. Añorando los abrazos de su querida hermana pretendió cubrir muchas millas de camino, pero fue asesinado por el inesperado y malhadado tropiezo con unos bandoleros. Así se llevó su cuerpo una desgracia cruel. Yo creo que al extinguirse tan prematuramente su tierna edad, si bien le privó del recuerdo de ratos felices, también le evitó el tener que memorar los amargos".
Otros efectuaron largos viajes con suerte y al finalizar el recorrido, levantaban a los dioses un monumento, en cumplimiento del voto hecho y en gratitud de haberles protegido durante la realización del viaje. Así es el caso de un tal Flavius Magilo que viajando hacia Roma, tuvo miedo de perder la vida en los Montes Apeninos y realizó un voto a Jupiter Appeninus, que cumplió a su regreso. La inscripción está en el Museo de Pamplona y dice: "¡Oh (Júpiter) Appeninus, favorecedor mío! Yo, Flavius Magilo, vencedor y alegre, te dedico ahora estas ofrendas prometidas cuando suplicante y temeroso iba camino de los altos techos de Roma. Sólo quiero que recibas propiciamente lo que te ofrezco, el ara, la palma y la víctima".
Curioso es un epitafio de un epicúreo, que al "reconocer que la vida es breve, recomienda gozar de ella a grandes tragos". Esta lápida debió pertenecer a un tribuno militar de
Podemos finalizar, con una bella inscripción encontrada en Peñaflor, cerca de la desembocadura del Genil y el Guadalquivir, que corresponde a un rico agricultor, gran aficionado a la caza y a la pesca. Escrita en bellos versos se puede datar hacia el siglo I después de Jesucristo y dice: "A los dioses Manes. Aquí yace Quintus Marius Optatus, natural de Celti y de edad de veinte años. ¡Ay dolor! ¡Oh tu caminante, que pasas por la acera de este camino! entérate de quién fue el joven cuyos restos mortales se guardan dentro de esta tumba. Apiádate de él y ofrécele tu saludo. Era diestro en lanzar el arpón y el anzuelo al río, donde cogía abundante pesca; sabía como cazador hundir su jabalina en el corazón de bravías fieras; sabía también aprisionar a las aves con varetas armadas en liga. Además cuidaba del cultivo de los bosques sagrados, y a ti, !Oh Diana!, en Delphos nacida, casta, virgen y triforme luna, erigió un santuario tutelar de la umbría floresta cumpliendo el voto hecho."
Nota.- En la fotografía, bello ejemplar de una estela romana romana que se puede contemplar en el Landsmuseum de Mainz (Alemania), perteneciente a un importante legionario romano, a juzgar por el bello y minucioso trabajo realizado en piedra.
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