LOS CONTACTOS DURANTE EL PERIODO CASTREÑO
Dejando bien sentada nuestra opinión de que el fenómeno castreño galaico es producto directo de la evolución interna de las comunidades galaicas, estimulada en gran medida gracias a los contactos mantenidos con el mundo mediterráneo, su dinámica posterior estará en mayor o menor medida condicionada, una vez más, por el diferente nivel de los contactos en cada momento concreto.
En tal sentido, la caida en manos fenicias de los circuitos atlánticos de intercambio a partir del siglo VIII a.C. tras su asentamiento en el área de Gadir (Aubet, 1994; López Castro, 1995), y la progresiva introducción de manufacturas de hierro en el mercado, supuso el colapso de la economía tradicional atlántica, con la disolución de las antiguas relaciones de intercambio y el paso a una realidad más aislada y fragmentada. A partir de estos momentos, el comercio atlántico se va a regir por patrones económicos muy diferentes de los tradicionales, y los focos culturales atlánticos entrarán en una fase de relativo aislamiento, evolucionando independientemente y sin apenas relaciones entre sí. Uno de estos focos será el galaico, y la manifestación más peculiar del mismo será la entrada del mundo castreño en una etapa de relativo estancamiento, ralentizándose el ritmo de crecimiento económico y social que había hecho posible en última instancia su aparición; de ahí su condición de fenómeno peculiar del área galaica, sin referentes directos fuera de estos límites territoriales (Peña Santos, 1992,a: 378; 1992,b: 52; e/p; Bello Diéguez y Peña Santos, 1995: 157).
Durante este período, los escasísimos contactos exteriores del mundo castreño parecen estar, sin lugar a dudas, en manos fenicias, que utilizarán las rutas marítimas abiertas previamente (Senna-Martínez, 1995: 72). En tal sentido, la progresiva presencia de manufacturas de hierro en el registro arqueológico de los castros más antiguos preferentemente cuchillos afalcatados y podones, significativamente numerosos en el castro de Torroso en Mos, Pontevedra (Peña Santos, 19S8,a: 339-360; 1988,b: 113-132; 1992,b)- creemos que sólo puede ser interpretada como efecto directo de la existencia de contactos marítimos con las factorías fenicias del sur.
Ya hemos mencionado más arriba la reciente identificación en el registro arqueológico de los castros antiguos de materiales de filiación mediterránea que con anterioridad habrían pasado desapercibidos. Es el caso de numerosos objetos de pasta vitrea, como las cuentas oculadas o el famoso y todavía no estudiado aríbalo procedente de las excavaciones del año 1973 en el castro de O Neixón en Boiro, Coruña (Acuña Castroviejo, 1976: 327). A ello habría que sumar un bagaje cada vez más importante de restos de ánforas y de cerámicas de mesa fenicias, además de significativas muestras de cerámicas finas áticas y greco-itálicas (Silva,A.C.F.da: 1990: 135-155; Naveiro López, 1991,a; 1991 ,b: 327-335; Naveiro López y Pérez Losada, 1992: 63-90), sin olvidar la fíbula descubierta en el castro de Alobre en Vilagarcía, Pontevedra (Fariña Busto y Arias Vilas, 1980: 186-187). Sin duda, la investigación con metodología moderna de asentamientos como el de A Lanzada en Sanxenxo, Pontevedra, con su riqueza en materiales de importación (Suárez Otero y Fariña Busto, 1990: 309-337), serviría para ratificar la importancia del comercio fenicio durante las fases antiguas del mundo castreño y tal vez ayudaría a conocer la posible influencia que las novedades mediterráneas pudieran haber ejercido sobre el desarrollo interno de las comunidades galaicas, cosa hoy por hoy de difícil abordaje fuera del campo de la especulación.
Los contactos con el mundo romano a partir sobre todo de las décadas finales del siglo II a.C, y su definitiva integración en el Imperio durante la segunda mitad del I a.C, supondrán la entrada del mundo castreño galaico en su etapa de máximo desarrollo y esplendor. En un principio esporádicos, tras la expedición de César en el 61 a.C. (Ferreiro López, 1988: 363-372) -para la que de forma harto significativa recurre a embarcaciones y marinos gaditanos, los únicos que conocían suficientemente las rutas adámicas- el comercio marítimo -y más tarde terrestre- con zonas más romanizadas de la Península y con la propia península itálica inundará las tierras galaicas de todo tipo de productos propios del mundo romano (Naveiro López y Pérez Losada, 1992: 63-90) en la culminación de un proceso que, como hemos pretendido mostrar a lo largo de estas páginas, habría arrancado cuando menos dos milenios antes, durante los primeros tiempos de la Metalurgia.
Nota.- Ilustra este comentario, unas bellas "arracadas" (pendientes) de oro, localizados en un castro del norte de Portugal y muy semejantes a las encontradas en los castros gallegos. En este tipo de joyas, así como en los conocidos y famosos torques (collares rígidos), las técnicas decorativas nos acercan al Mediterráneo.
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