PRIMEROS CONTACTOS
A mediados del III Milenio A.C., las tierras galaicas se hallaban inmersas en los últimos momentos de la fase de máximo esplendor del fenómeno megalítico. Algunos siglos antes habían comenzado a circular entre las élite: locales algunos instrumentos de cobre y los primeros adornos de oro, y las comunidades megalíticas empezaban ¿ experimentar en su seno los primeros indicios de transición hacia modelos más complejos de organización socia (Bello Diéguez y Peña Santos, 1995: 96). El desarrollo de la complejidad social por estas fechas viene avalado por la existencia de claros indicios de una intensificación agrícola en la que bastantes autores han querido ver referencias a la famosa "Revolución de los Productos Secundarios" (Sherratt, 1981: 261-305); a ello hay que sumar las transformaciones en el ritual funerario que se perciben en los momentos que comentamos, cuando se va produciendo un cierto abandono del arcaico ritual de carácter colectivo en beneficio de inhumaciones individuales con ajuares aparentemente mucho más ricos que ios tradicionales y en los que suele estar presente el metal; incluso, recientes investigaciones sobre el arte rupestre al aire libre insisten en su condición de elemento legitimador de la nueva realidad social (Peña Santos y Rey García, 1993: 11-30). Parece claro, pues, que a lo largo del III Milenio A.C., y al igual que se percibe en el resto de la fachada atlántica europea, las comunidades galaicas se hallaban inmersas en un claro proceso de crecimiento económico y de desarrollo social (Bello Diéguez y Peña Santos, 1995: 111).
En este ambiente se va a ir generalizando la circulación de elementos metálicos, en su mayor parte destinados al consumo y ostentación de las incipientes élites, que se servirían de ellos para manifestar y reafirmar su poder (Hernando Gonzalo, 1989: 39). Las claras semejanzas formales y técnicas de estos bienes de prestigio en los diferentes "finisterres" atlánticos -Bretaña, Islas Británicas y Galicia, en líneas generales-, sumadas a otros indicios que apuntan a un cierto semejante nivel de desarrollo socioeconómico, parecen ratificar la existencia de contactos regulares entre dichas comunidades; por poner tan sólo dos ejemplos muy concretos, se cree que durante esta fase los oros galaicos abastecen los mercados bretones y británicos (Ruiz-Gálvez, 1987: 254), al tiempo que en los mismos puntos se detectan los primeros indicios de actividades relacionadas con la más antigua metalurgia del bronce (Fernández-Miranda, Montero Ruiz y Rovira Lloréns, 1995: 61-62). Todo ello nos habla de la existencia de contactos frecuentes entre las tres áreas atlánticas mencionadas, a través de los que se llevarían a cabo no sólo intercambios de bienes de prestigio muy concretos para el consumo de las élites sino muy probablemente de otras variadas mercancías y sin duda de información de todo tipo, entre ella la de conocimiento tecnológico.
Pero por la posición geográfica de las tres zonas en cuestión, lo más razonable es suponer que los contactos se llevarían a cabo por vía marítima. Naturalmente, pensar en navegación de altura en el Atlántico durante el III Milenio es como asomarse a un abismo, pero no se nos ocurre otra explicación. Dejando ello bien sentado, la pregunta es obvia: ¿disponían las comunidades atlánticas de la tecnología marítima adecuada para mantener los contactos?. La respuesta, al menos por el momento, es que no, de modo que no nos queda otra alternativa que pensar en navegantes de filiación mediterránea como intermediarios principales en los contactos atlánticos durante los primeros tiempos de la Metalurgia (Bello Diéguez y Peña Santos, 1995: 122).
Las pruebas materiales de estas probables relaciones entre el Atlántico y el Mediterráneo comienzan a vislumbrarse. Al navio grabado en el petroglifo de Auga dos Cebros en Oia, Pontevedra (Costas Goberna, Novoa Alvarez y Sanromán Veiga, 1995: 131-136), que con toda seguridad reproduce una embarcación mediterránea de mediados del III Milenio (Alonso Romero, 1995: 140), hemos de sumar el recientísimo hallazgo en aguas del río Ulla frente a Catoira, Pontevedra, de un puñal de tipo "lycio" semejante a los del controvertido "depósito" de Sansueña, Zamora (Delibes de Castro, 1980: 221-246). Aunque escasos por el momento, son todos indicios racionales que permiten abrir una línea de investigación sobre las posibles responsabilidades de navegantes de filiación mediterránea en los contactos y en el desarrollo socioeconómico de las comunidades adámicas de los primeros tiempos de la Metalurgia.
Nota.- Calco a escala del petroglifo de Auga dos Cebros (Oia, Pontevedra), en la que se puede ver la embarcación que se cita en el comentario, en la parte inferior del mismo.
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